miércoles, 22 de junio de 2011

DIBUJO SOBRE EL CARDENAL CISNEROS MOSTRANDOS SUS PODERES



Francisco Jiménez de Cisneros (1436 - 1517). Cardenal, Arzobispo de Toledo y Primado de España, perteneciente a la Orden Franciscana, tercer Inquisidor General de Castilla y regente de la misma a la muerte de Fernando el Católico. A la muerte de Felipe I el Hermoso presidió también el Consejo de Regencia que asumió el gobierno sin consentimiento de la reina Juana, hasta la llegada de Fernando el Católico. hijo de hidalgos pobres. Posiblemente fue enviado a la cercana villa de Alcalá de Henares en su adolescencia a hacer estudios de gramática; los continuó en el Colegio Mayor de San Bartolomé en Salamanca; de allí pasó a Roma en donde fue ordenado sacerdote.

Tras el fallecimiento de su padre regresa a España y consigue el arciprestazgo de Uceda, enfrentándose con el Arzobispo de Toledo, lo que significó el encarcelamiento de don Gonzalo por el Arzobispo Carrillo durante algunos años. A pesar de su reclusión, Cisneros no renunció a su cargo, en el que fue mantenido por el Cardenal Gónzalez de Mendoza, aunque el encierro debió de durar poco tiempo según se deduce en algunas biografías, pues poco después, en (1478), Francisco Jiménez de Cisneros era capellán mayor de la catedral de Sigüenza.

Sufrió una profunda crisis espiritual que le llevó a entrar en la orden de los franciscanos; fue entonces cuando sustituyó su nombre de Gonzalo por el de Francisco en honor a Francisco de Asís. Se encerró en el convento de la Salceda y durante 7 años llevó una vida monacal.

De allí lo sacó la Reina Isabel (Isabel la Católica) en el año (1492), tras convencerle de que aceptara ser su confesor, siguiendo los consejos del entonces Arzobispo de Toledo, el Cardenal González de Mendoza, primer protector de Francisco Jiménez de Cisneros.

Fue nombrado provincial de la orden franciscana y acometió en ella una profunda reforma; más tarde reformó el clero secular.

A la muerte del Cardenal González de Mendoza en (1495), fue nombrado Arzobispo de Toledo, lo que en la Baja Edad Media era ostentar el mayor poder tras La Corona, al ser Primado de España.

Isabel I la Católica tuvo en Francisco Jiménez de Cisneros no sólo un confesor, también un consejero. Al morir la reina, Juana I de Castilla y su esposo Felipe de Habsburgo fueron nombrados reyes de Castilla. El 24 de septiembre, un día antes de la muerte de Felipe I el Hermoso, los nobles acordaron formar un Consejo de Regencia interina para gobernar provisionalmente el reino presidido por Francisco Jiménez de Cisneros y formado por el Almirante de Castilla, el Condestable de Castilla, Pedro Manrique de Lara y Sandoval Duque de Nájera, Diego Hurtado de Mendoza y Luna Duque del Infantado, Andrés del Burgo Embajador del Emperador, y Filiberto de Vere, mayordomo mayor del Rey Felipe. La nobleza y las ciudades contendieron acerca de quien debiera desempeñar la Regencia pues unos querían al Emperador Maximiliano y otros a Fernando el Católico. Sin embargo la reina Juana trató de gobernar por sí misma, revocó e invalidó las mercedes otorgadas por su marido, para lo cual intentó restaurar el Consejo Real de época de su madre.

Sin consultar a Juana, Francisco Jiménez de Cisneros acudió a Fernando el Católico para que regresara a Castilla. Pero a pesar de los intentos de Cisneros, nobles y prelados, la reina no reclamó a su padre para gobernar[8] y de hecho llegó a prohibir la entrada del arzobispo a palacio. Para dar legalidad al nombramiento de regente a Fernando el Católico, el Consejo Real y Cisneros buscaron encauzar el vacío de poder con la convocatoria de Cortes, pero la reina se negó a convocarlas, y los procuradores abandonaron Burgos sin haberse constituido como tales.

Tras regresar de tomar posesión del Reino de Nápoles, Fernando el Católico se entrevistó con su hija el (28 de agosto de 1507), y volvió a asumir el gobierno de Castilla. En diciembre de (1509) pactó con el emperador la renuncia de las pretensiones imperiales de regencia en Castilla, y en las Cortes de (1510) le ratificaron como regente.

Agradecido con Cisneros, el Rey Católico le consiguió el capelo cardenalicio. Entre (1507) y (1516), aun con extremadas dificultades, Cisneros y el Rey Fernando consiguieron devolver un tanto el prestigio que la monarquía había perdido. Se renovó el entusiasmo conquistador, desempeñando Francisco Jiménez de Cisneros un papel importante en conquista de Orán, al igual que en los tiempos de Isabel I la Católica había participado de manera activa en la conquista del Granada.

Muerto Fernando el Católico, por disposición testamentaria, Cisneros queda constituido nuevamente como Regente del Reino de Castilla hasta que el joven príncipe Carlos, que se encontraba entonces en Flandes, viniera a España para ocupar el trono. En esta etapa de casi 2 años, Cisneros, que contaba ya con ochenta años, mostró de unas dotes políticas y una habilidad para gobernar extraordinarias. Supo hacer frente a un clima interior extremadamente inestable, con los nobles castellanos ávidos de recuperar el poder perdido, así como a las intrigas de los que pretendían sustituir en el trono español a Carlos por su hermano Fernando, que había sido educado en España por Fernando el Católico. Los acontecimientos se desbordaron y Carlos fue proclamado en Bruselas Rey de Castilla y Aragón en un acto que se podría asemejar a un golpe de Estado, pues la reina legítima era Juana y nadie había proclamado su destitución. Sin embargo, Cisneros se advino a los hechos de Bruselas y envió emisarios a Flandes urgiendo la inmediata presencia de Carlos como único medio de parar las inquietudes de rebelión que corrían por el reino. Así pues, de facto había dos gobiernos: el de la corte de Bruselas y el de Francisco Jiménez de Cisneros en Castilla. Francisco Jiménez de Cisneros murió en Roa cuando se dirigía a recibir al futuro Carlos I de España.

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