domingo, 6 de noviembre de 2011

HYPATIA DE ALEJANDRIA, de Charles William Mitchell


Recientemente vi la película Ágora, de Alejandro Amenabar, en la que la genial interpretación de la actriz Rachel Weisz daba vida a Hypatia de Alejandría, una del las mujeres más grandes de la Historia recientemente recuperada del olvido gracias a la magnífica película de nuestro Amenabar, en la que la protagonista al final acababa brutamente asesinada en Alejandría por los fanatismos religiosos de la época, a la joven edad de 35 años y en el apogeo de su belleza y su envidiable sabiduría. Hoy en día no quedamos exentos de ese fanatismo religioso claramente intolerante que no cesa de propagarse por todo el mundo occidental, y que nos ha de dar para reflexionar sobre la condición de la mujer en la figura histórica de Hypatia de Alejandría, sobretodo cuando hoy en día no cesan de propagarse y consentirse esas religiones patriarcales y misóginas que atentan completamente contra la dignidad y la libertad de la mujer provocando un miedo preocupante a que se extienda cada vez más, sin que los poderes públicos hagan nada por remediarlo, con el argumento de que la constitución ampara la libertad de cultos, una libertad de la cual no se tiene en cuenta si es respetuosa o no con los derechos humanos y sobretodo en cuanto se refiere a las libertades de las mujeres, tantas veces reprimidas por las distintas religiones que ahora no nos vienen al caso. No obstante, sepamos un poco más sobre aquella mujer que fue respetada y querida por todos cuanto la trataron, como igual se refleja en la película de Amenabar, aunque otras fuentes históricas aportan otras cuestiones de más:

En todos los tiempos han existido seres humanos que han sostenido la luz de la racionalidad y el conocimiento como una antorcha brillante en medio del Oscurantismo propio del fanatismo en sus diversas manifestaciones. En los primeros años del Judeocristianismo hubo una valiente mujer que fue una inspiración para las gentes de sus días y un ejemplo para nosotros. Se trata de Hypatia (del griego “hypatos”, “superior”) de Alejandría (370 d.n.e. – 415 d.n.e.), matemática, astrónoma, filósofa y música greco-egipcia. Amada por unos y odiada por muchos que predicaban una supuesta “religión de la paz”: “El Judeocristianismo”. Hypatia de Alejandría trabajaba como docente e investigadora científica en el Museo adjunto a la Biblioteca de Alejandría, aquel maravilloso faro de la Humanidad que iluminó a Europa por tanto tiempo y que tanto admiró Cayo Julio César que tras ganar la batalla de Alejandria, al encontrarse con la biblioteca quemada, le proveyó de copias a Cleopatra procedentes de la biblioteca de Pérgamo; aquella era también la biblioteca que alguna vez tradujo las escrituras hebreas al griego (así se hayan cometido errores pequeños como traducir doncella por virgen y de allí justificar una historia fantástica), que albergó sabios de todo el mundo, que mantenía los saberes de tantos tiempos y lugares. Al nacer, la vida intelectual de Alejandría se encontraba sumida en una peligrosa confusión. El Imperio Romano se estaba convirtiendo al Cristianismo, y era muy frecuente que los cristianos celosos sólo vieran herejía y maldad en las matemáticas y la ciencia. Algunos de los Padres del Cristianismo resucitaron las teorías sobre una tierra plana y un universo en forma de tabernáculo. Los violentos conflictos entre paganos, judíos y cristianos fueron incitados por Teófilo, Patriarca de Alejandría. No era una época propicia para ser científico ni filósofo.

Hypatia de Alejandría nunca fue bautizada como cristiana y a su edad no le había interesado adoptar ese credo, sí, seguramente por un interés ambicioso y egoísta: “Le gustaba la ciencia y en esa época las mujeres cristianas no hacían ciencia, bueno, tampoco los hombres”. Esa era su inmoralidad. Hypatia de Alejandría era admirada por su elegancia, según algunas fuentes por su belleza, pero especialmente por su sabiduría y ecuanimidad. Tal vez por eso era odiada por Cirilo, el Arzobispo Cristiano de la ciudad, un pendenciero que le hizo la vida imposible a quienes se le atravesaron por su camino, incluso a cristianos como Nestorio, el Patriarca de Constantinopla (la capital del Imperio). Cirilo había heredado el cargo de su tío el Obispo Teófilo quien ya había ocasionado muchas persecuciones y destrucciones a los templos de religiones no cristianas. De lo poco no cristiano que quedaba en Alejandría, era el templo al dios Serapis que albergaba al Museo con su Biblioteca, y una comunidad judía pujante.

Hypatia de Alejandría llegó a cultivar la filosofía en toda su amplitud, convirtiéndose en una erudita sobre los sistemas filosóficos de Platón y de Aristóteles, y fue miembro y líder de la Escuela Neoplatónica de Alejandría a comienzos del s. V. Seguidora de Plotino, cultivó los estudios lógicos y las ciencias exactas, llevando una vida ascética. Educó a una selecta escuela de aristócratas cristianos y paganos que ocuparon altos cargos, entre los que se destaca el Obispo Sinesio de Cirene (que mantuvo una importante correspondencia con ella), Hesiquio de Alejandría y Orestes, Prefecto de Egipto en el momento de su muerte. Hypatia de Alejandría es la primera mujer matemática y científica de la que tenemos un conocimiento razonablemente seguro y detallado. Escribió no menos de 40 escritos sobre geometría, álgebra, mecánica, astronomía, mejoró el diseño de los primitivos astrolabios planos (instrumentos para determinar las posiciones de las estrellas sobre la bóveda celeste) desarrolló un aparato para destilación de agua, un instrumento para medir el nivel del agua e inventó un hidrómetro para determinar la gravedad específica de los líquidos (densidad), el destilador de agua y el planisferio. Y por si fuera poco, llegó a dirigir el Museo de Alejandría.

Es seguro que en sus numerosas explicaciones sobre la Aritmética de Diofanto, Hypatia de Alejandría propuso a sus alumnos este problema (nunca lo sabremos porque su memoria fue desterrada de la historia, junto con sus escritos, y los libros de la Biblioteca), que es el que inicia la serie de 39 problemas que se incluyen en el Libro I de su tratado: “Dividir un número dado (por ejemplo, 135) en 2 partes, cuya diferencia sea conocida (por ejemplo, 87)”. También trabajó con ecuaciones cuadráticas. Los comentarios de Hypatia de Alejandría incluían algunas soluciones alternas y muchos nuevos problemas, que luego fueron incorporados a los manuscritos diofánticos.

Sobre Hypatia de Alejandría sabemos muy poco. La siempre misógina jerarquía eclesiástica se encargó durante siglos de evitar toda referencia sobre Hypatia de Alejandría, hasta que por fin, en pleno s. XVIII (Ilustración), que trajo consigo una profunda renovación cultural y una acérrima defensa de la libertad de pensamiento, la rescató del inmerecido olvido, sacando a la luz los escasos datos aportados por algunos cronistas de la época y autores bizantinos (la “Suda”, una voluminosa Enciclopedia Bizantina escrita en el s. X, recoge información sobre Hypatia de Alejandría). No existen obras suyas, aunque muchos historiadores coinciden en que su legado está muy presente en antiguos textos dedicados a la aritmética, las matemáticas y la astronomía, siendo autora de algunos de ellos, como los “Comentarios sobre el Almagesto”; “Sobre la Geometría de las Cónicas de Apolonio” (a quien se deben los epiciclos y deferentes para explicar las órbitas irregulares de los planetas) y “Comentarios a la Aritmética de Diofanto”, aparte de colaborar en la revisión y edición de los “Elementos de la Geometría de Euclides” y de las “Tablas Astronómicas de Ptolomeo”. El padre de Hypatia, Teón, era un matemático y astrónomo que trabajaba en el Museo. Supervisó todos los aspectos de la formación de su hija, educándola en un ambiente de pensamiento. Según la leyenda, estaba decidido a que se convirtiera en “un ser humano perfecto” y esto en una época en que se solía considerar que las mujeres eran menos que humanas, desarrollando para ella una rutina física para asegurarle un cuerpo saludable y una mente muy funcional. Entre ambos se creó una fuerte atadura al enseñarle y compartir su propio conocimiento, así como su pasión por la búsqueda de respuestas a lo desconocido. En conocimientos superó con creces a su padre, según se recoge en “La vida de Isidoro”, obra de Damascio de Damasco: “De naturaleza más noble que su padre, no se conformó con el saber que viene de las ciencias matemáticas, en las que había sido introducida por él, sino que se dedicó a las otras ciencias filosóficas con mucha entrega”.

En definitiva, consagró su vida a la búsqueda del conocimiento y a la enseñanza, renunciando al matrimonio (a pesar de que tuvo muchos pretendientes debido a su deslumbrante belleza), a tener hijos y a las tareas domésticas, únicos roles asignados al sexo femenino (no era normal que las mujeres frecuentaran los círculos culturales). “Además de conseguir el grado más alto de la virtud práctica en el arte de enseñar, era justa y sabia, y se mantuvo toda la vida virgen”, apunta Damascio. El mismo Damascio refiere una anécdota que ilustra la actitud de Hypatia de Alejandría ante el sexo: “Cuando un discípulo le confesó que estaba enamorado de ella, la filósofa le arrojó un paño manchado con su sangre menstrual, espetándole: “De esto estás enamorado, y no tiene nada de hermoso””.

En ese tiempo, Alejandría como muchas ciudades del Mediterráneo habían acogido a los judíos que se encontraban en la diáspora. En esa Alejandría liberal, cosmopolita, de mercados abiertos y tolerancia religiosa, habían triunfado los judíos, y la habían hecho más rica aún. Con todo el derecho del mundo habían conservado su religión, con sus virtudes y defectos, a pesar que una secta surgida en su propio seno, que le robó sus Escrituras y las utilizó en su contra, era ahora el poder triunfante en el Mediterráneo. A pesar que el Emperador Romano ya era de ese nuevo culto, surgido, mas no fundado, por un predicador judío asesinado por Roma y que ahora, irónicamente, “acompañaba en espíritu” las batallas de los Romanos contra los judíos.

Esos judíos eran para el Arzobispo Cirilo un “problema”, “una cuestión”, a la que había que encontrarle una “solución definitiva”, y entonces decidió predicar el odio contra la comunidad judía de Alejandría, para que fueran expulsados de la urbe, y repetir la mentira 1000 veces dicha desde Mateo hasta Adolf Hitler, pasando por Martín Lutero, Richard Wagner, Agustín de Hipona, Atanasio, Gibson, etc…: “El asesinato de Dios perpetrado por los judíos”. El interés de Cirilo era recordarle al mundo que Alejandría era judeocristiana y sólo judeocristiana, así como en su momento Juan Pablo II le recuerda a Europa que es “esencialmente cristiana”, cristianizando Auswicth, Kosovo, Yugoslavia, Andalucía. Como cuando Pio XII esperaba que la campaña alemana en Rusia, devolviera al Cristianismo Católico a la comunista y ortodoxa patria de los escritores rusos Lev Nikoláyevich Tolstoi y Fiódor Mijáilovich Dostoievski.

Cirilo se aprovechó de uno de los mayores males de la cultura grecorromana y que finalmente forjó su caída: “La esclavitud”. El Judeocristianismo (“la religión de la paz que no ha llevado la paz a ninguna parte” (Karlheinz Deschner), prometía libertad a esos esclavos, en una utópica sociedad cristiana... en el cielo. La historia demostraría que el Judeocristianismo y el Islam fueron religiones e ideologías que practicaron una esclavitud más atroz y más extendida que las antiguas del paganismo greco-rromano, que como mínimo sabían ser tolerantes con el resto de las religiones.

Cirilo, su nombre significa “él que tiene autoridad”. Padre de la Iglesia Católica que defendió el título de Madre de Dios para María (ayudando así a la creación del mito católico). Sus sermones contra todo lo que no estuviese de acuerdo a la Iglesia alentaron a que una turba para que diese muerte a Hypatia de Alejandría.

Hypatia de Alejandría no se mantuvo indiferente ante la injusticia que se cernía sobre un pueblo, que desde ya era el chivo expiatorio de todos los males del mundo, una nación sin tierra que no tenía a dónde volver, que vivía en una diáspora eterna y que enriquecía a Alejandría con su negocios y su cultura. Por eso, protestó. Y como consecuencia, ahora los sermones de Cirilo se dirigieron contra esta mujer.

La popularidad y sabiduría de Hypatia de Alejandría, que atraía a un gran número de discípulos y era frecuentemente visitada por ilustres pensadores, despertaron los enfermizos celos del Arzobispo de Alejandría, que veía su liderazgo eclipsado por una carismática mujer, que podía convertirse en una potencial amenaza para los intereses de las autoridades eclesiásticas, consistentes preferentemente en luchar contra todo vestigio pagano e implantar su poder hegemónico a lo largo y ancho de Egipto. El historiador griego Sócrates Escolástico escribiría en su “Historia Eclesiástica”: “Por la magnífica libertad de palabra y acción, que había adquirido a consecuencia del cultivo de su alma, accedía de manera respetuosa a los jefes de la ciudad, y para ella no era motivo de vergüenza estar en medio de una asamblea de hombres. En realidad, a causa de su extraordinaria sabiduría, todos la respetaban profundamente, y le tenían un temor reverencial. Por este motivo, al mismo tiempo fue creciendo la envidia hacia ella”.

Un día mientras Cirilo seguramente rezaba, sus seguidores interceptaron el carruaje en que se dirigía Hypatia de Alejandría hacia su trabajo en la Biblioteca. La violentaron, le despojaron de sus vestiduras y con ostras la despellejaron viva. Fue linchada y humillada. Según Sócrates Escolástico: “La arrancaron de su carruaje, la dejaron totalmente desnuda; le tasajearon la piel y las carnes con caracoles afilados, hasta que el aliento dejó su cuerpo”. La tragedia ocurrió en marzo del año 415 de nuestra era, cuando Hypatia de Alejandría fue asesinada tenía 35 años de edad.

Con la muerte de Hypatia de Alejandría, en el año 415 de nuestra era (aunque otras fuentes hablan del 416), sucumbía a su vez la esplendorosa cultura antigua, con sus sólidos cimientos filosóficos y científicos, dando comienzo el largo y oscuro período medieval, con sus cruzadas, inquisiciones, irracionalismos y demás tiranías teocráticas. Como bien señaló el filósofo, filólogo, poeta y escritor alemán Friedrich Wilhelm Nietzsche, “el cristianismo nos ha arrebatado el fruto de la cultura de la antigüedad”. Por esto, Hypatia de Alejandría es también un símbolo de libertad y de la lucha contra lo establecido, así como de la razón frente a los dogmas religiosos y la “verdad revelada”. “La civilización antigua no murió de muerte natural: Fue asesinada. Y sus asesinos tienen nombres. Uno de ellos fue Cirilo, la encarnación de un movimiento oscurantista que sumió a Europa en uno de los períodos más funestos de su historia. Aquella cultura fue asesinada, al igual que lo fue Hypatia. Y si Hypatia se ha convertido en un símbolo, dando nombre a una leyenda, es porque su muerte coincide precisamente con la muerte de aquella civilización”, afirma Pedro Gálvez.

Hypatia de Alejandría siendo atacada por la turba iracunda. “La arrastraron dentro de la iglesia y le desgarraron las vestiduras. La tiraron al piso, cerca del altar, y uno de los hombres, que se había levantado la sotana, se echó sobre ella y comenzó a acariciarla. Trató de defenderse, pero el otro le soltó una andanada de puñetazos en el rostro, le sujetó los brazos, atenazándole las muñecas, y utilizó las rodillas para obligarla a abrirse las piernas (...) A ese violador siguió otro y otro, en sucesión interminable (...) Sintió náuseas y se puso a vomitar. Y de nuevo los puñetazos en la cara y las garras que la atenazaban y le retorcían los brazos (...) Junto a la puerta de la sacristía había dos ánforas vacías. Los hombres las recogieron y las estrellaron con furia contra el suelo. Luego eligieron de entre los cacharros los que les parecieron más afilados y puntiagudos. Blandiéndolos, se abalanzaron sobre Hypatia y se pusieron a arrancarle las carnes de los huesos. Ocho de los hombres utilizaron las esquirlas como cuchillos para cercenarle los miembros. Al fin, uno de ellos logró levantar en alto uno de los brazos de Hypatia, que mostró a los demás con un gesto de triunfo (...) Al percatarse de que estaba muerta, los monjes optaron por sus cuchillos para terminar de desmembrarla y trocearla (...) Recogieron ramas, astillas y maderos de vigas carcomidas, los apilaron y les prendieron fuego. Cuando las llamas se elevaron, arrojaron a la hoguera los restos de Hypatia”. Así describe Pedro Gálvez, en su obra “Hypatia, la mujer que amó la ciencia” (Lumen, 2004), el tormento y posterior asesinato sufridos por esta gran científica pagana a mano de una turba de fanáticos cristianos (posiblemente miembros de los parabolani, una hermandad de monjes que ejercían como guardaespaldas y matones a los servicios del episcopado alejandrino), linchamiento instigado por el despiadado Arzobispo Cirilo (responsable de la matanza de 250000 judíos), quien sostenía que la mujer “tiene que ser sumisa y obediente a Dios, dedicándose únicamente a alumbrar hijos” (recordemos que este “buen” señor fue proclamado santo y doctor de la Iglesia).

Cirilo se lavaba las manos como Poncio Pilatos hizo en su día y disfrutaba del camino que “la voluntad de Dios” le había despejado. Su otro enemigo, Nestorio, fue desterrado a los confines del Imperio Romano, logró en el Concilio de Efeso, imponer a punta de sobornos el Dogma de María como Madre de Dios. Definitivamente parecía que ese Dios estaba de su lado. Para elevar su gloriosa vida, años más tarde después de muerto fue canonizado por la Iglesia Católica, mientras Hypatia de Alejandría y Nestorio eran olvidados y los judíos seguían perseguidos. Su carácter singular de mujer entregada al pensamiento y la enseñanza en la Antigüedad, su fidelidad al Paganismo Grecorromano en el momento de auge del Catolicismo Teodosiano como nueva religión del Estado, y su muerte a manos de cristianos le han conferido gran fama. Por su parte, los movimientos feministas la han reivindicado como paradigma de mujer liberada, incluso sexualmente, aunque según la “Suda”, estuvo casada con otro filósofo (llamado Isidoro) y se mantuvo virgen.

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