domingo, 23 de octubre de 2011

CUADRO DE THOMAS HOBBES


Thomas Hobbes (5 de abril de 1588 – 4 de diciembre de 1679). Filósofo, político y economista inglés, cuya obra “Leviatán o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil” (1651) estableció la fundación de la mayor parte de la filosofía política europea moderna. Es el teórico político por excelencia del “Absolutismo Político”. En palabras de Manuel Sánchez Sarto, “Hobbes es uno de esos singularísimos pensadores ingleses (tan peculiar en el campo de la filosofía como Shelley lo fue en el arte poético) que desafían cualquier tentativa de interpretación en términos de características nacionales, o en los de cualquier escuela o moda del pensamiento. Aparte de su alcance en la evolución científica, la importancia de tales hombres radica en que hablan un lenguaje universal, sin medida de tiempo ni de espacio”.

Hijo de un eclesiástico, Thomas Hobbes quedó a cargo de su tío cuando aquél abandonó a su familia, tras participar en una pelea en la puerta de su iglesia. Estudió en el Magdalen Hall de Oxford, y en (1608) entró al servicio de la familia Cavendish como preceptor de uno de sus hijos, a quien acompañó en sus viajes por Francia e Italia entre (1608) y (1610). A la muerte de su alumno, en (1628), regresó de nuevo a Francia para entrar al servicio de Gervase Clifton. En Francia permaneció hasta (1631), cuando los Cavendish lo solicitaron de nuevo, como preceptor de otro de sus hijos. En (1634), acompañando a su nuevo alumno, realizó otro viaje al continente, ocasión que aprovechó para entrevistarse con Galileo Galilei (1564-1642), René Descartes (1596-1650) y Pierre Gassendi (1592-1655) y otros pensadores y científicos de la época. En (1637) volvió a Inglaterra, pero el mal ambiente político, que anunciaba ya la guerra civil, lo llevó a abandonar su patria e instalarse en París, Francia, en (1640). Desde (1646) hasta (1648) ejerció como docente de matemáticas del Príncipe de Gales, más tarde Rey Carlos II, que también vivía exiliado en París, Francia.

Thomas Hobbes es recordado por su obra sobre la filosofía política, aunque también contribuyó en una amplia gama de campos, incluyendo historia, geometría, teología, ética, filosofía y ciencia política. Más tarde diría respecto a su nacimiento: “El miedo y yo nacimos gemelos”, dado que su madre dio a luz de forma prematura por el terror que infundía la Armada Invencible Española acercándose a las costas británicas.

Ha sido considerado a lo largo de la historia del pensamiento como un “ser humano oscuro”, de hecho en (1666) en Inglaterra se quemaron sus libros por considerarle ateo. Posteriormente, tras su muerte, se vuelven a quemar públicamente sus obras. En vida Thomas Hobbes tuvo 2 grandes enemigos contra los que mantuvo fuertes tensiones: “La Iglesia de Inglaterra y la Universidad de Oxford”. La obra de Thomas Hobbes, no obstante, es considerada como línea de ruptura con la Edad Media. Su ya famosa afirmación en cuanto a que los seres humanos se despedazarían mutuamente si no existiese un Poder superior que organice y ordene a la sociedad (su célebre frase “homo homini lupus”, “el hombre es el lobo del hombre”) lo inscriben claramente en la corriente del denominado “pesimismo antropológico” (junto con Nicolás Maquiavelo); ya tiene una concepción trágica y “pesimista” de la naturaleza o condición humana, es decir, en el ámbito de quienes no creen en la “bondad innata” del ser humano y sostienen, por el contrario, que el ser humano librado a su propio capricho y a su propia suerte no es sino un animal considerablemente peligroso que, dadas ciertas circunstancias, puede volverse peligroso incluso para sus semejantes.

En este orden de cosas, es muy probable que, más allá de aciertos y desaciertos, más allá de argumentos certeros u opinables, lo que menos se le ha querido perdonar a Thomas Hobbes es su sinceridad. De hecho, fue un observador despiadadamente crítico y sensato de los acontecimientos de su tiempo y algunas de las sus descripciones que hace de la realidad de la época son casi brutalmente objetivas. Con su obra, Thomas Hobbes estableció las bases de la sociología científica moderna al tratar de aplicar a los seres humanos, como autores y materia de la sociedad. Estuvo siempre en contacto con la Real Sociedad de Londres, Sociedad Científica fundada en (1660). Los contactos que Hobbes tuvo con científicos de su época, que fueron decisivos para la formación de sus ideas filosóficas, le llevaron a fundir su preocupación por los problemas políticos y sociales con su interés por la geometría y el pensamiento de los filósofos mecanicistas. La época de Thomas Hobbes se caracteriza por una gran división política la cual confrontaba 2 bandos bien definidos:

•Monárquicos: Defendían la Monarquía Absoluta aduciendo que la legitimidad de ésta venía directamente de Dios.
•Parlamentarios: Afirmaban que la soberanía debía estar compartida entre el Rey y el pueblo.

Thomas Hobbes rechazó la concepción del “Derecho Divino de los Monarcas”. Al igual que para Nicolás Maquiavelo, el verdadero poder político no tiene nada que ver con lo divino o sobrenatural. Thomas Hobbes se mantenía en una postura neutra entre ambos bandos ya que si bien afirmaba que la soberanía está en el Rey, su poder no provenía de Dios. Con Thomas Hobbes, la política adquiere autonomía y secularización en Europa. La política no se desarrolla por voluntad divina, sino en virtud de causas naturales (humanas).

El pensamiento filosófico de Thomas Hobbes se define por enmarcarse dentro del materialismo mecanicista, corriente que dice que sólo existe un “cuerpo” y niega la existencia del alma. Thomas Hobbes elaboró su concepción filosófica como una “filosofía de los cuerpos y de los movimientos mecánicos de los cuerpos”. También dice que el ser humano está regido por las leyes del Universo. Criticando el dualismo cartesiano, denunciando el paso ilícito del “pienso” al “soy”, de lo contrario, de la proposición “yo paseo” se seguiría análogamente la existencia de una “substancia ambulante”, lo cual es ciertamente un absurdo.

El ser humano es un cuerpo y, como tal, se comporta a la manera como lo hacen el resto de los cuerpos-máquinas. El pensamiento o la conciencia no es una substancia separada del cuerpo: “La “entidad” corporal que somos, y su conocimiento de las cosas proviene y se reduce a la sensación”. En polémica con la teoría de Aristóteles sobre la sensación, Thomas Hobbes postula que ésta ha de explicarse también a partir de postulados materialistas y mecanicistas, como producto de los movimientos de los cuerpos (materia). El “apetito” y la “aversión” (repugnancia) provocan determinados movimientos y acciones en los cuerpos denominados “emociones”. Los sueños y la imaginación son explicados, así mismo, como reacciones a una gran variedad estímulos (corporales), tanto externos como internos. El cuerpo, por su parte, es el substrato de los accidentes que percibimos y que, al venir a presionar nuestros órganos de los sentidos, dejan como huella las imágenes, los “fantasmas” de Thomas Hobbes, que permanecen en nosotros cuando las cosas ya no están presentes. Los “cuerpos externos” (bodies) que están en movimiento vienen, entonces, a presionar nuestros sentidos y a provocar un cambio físico al interior de nuestro cuerpo, lo que (a su vez) es el origen de nuestras sensaciones, percepciones y, eventualmente, de nuestro conocimiento. Todo esto sucede porque en la naturaleza todo está, o es, en última instancia, movimiento. “Materia” y “Movimiento” es, entonces, todo lo que Thomas Hobbes necesita para explicar los fenómenos naturales, humanos o sociales con una misma ciencia física. En este contexto, el ser humano es un ser natural más, no es un ser que se distinga del resto de los seres naturales y, en consecuencia, debe entendérsele en los mismos términos que cualquier otro ente natural más.

La continuidad entre el movimiento natural y las pasiones de un ser humano es tal que casi no deja lugar a una diferencia específica que salve al ser humano y lo haga lucir como un ser especial. Las pasiones son en Thomas Hobbes “el principio de los movimientos voluntarios al interior del hombre”. Esta concepción fisicalista de las pasiones está conectada con el sensualismo hobbesiano en el plano epistemológico donde el conocimiento empieza con las impresiones sensoriales que alteran los órganos de los sentidos, y de ahí el movimiento continúa en las imágenes o fantasmas (phantasmas) de la mente para pasar, luego, a la imaginación o fantasía (fancy), para así (con estas imágenes) constituir un pensamiento basado en la sucesión de las imágenes. Los sentidos, a su vez, dejan en la mente una huella, las “imágenes”, sensaciones debilitadas por el paso del tiempo, los “fantasmas”. La imaginación está, así, constituida por las “imágenes”, resto de pasadas impresiones sensibles. La imagen es, entonces, una sensación desvaída por el paso del tiempo; y el pensamiento, una sucesión de imágenes en la memoria, cada una de las cuales es una representación o apariencia de un objeto fuera de nosotros.

Ahora bien, toda imagen provoca pasiones; la realidad concreta no nos es indiferente; los sentimientos de placer o de dolor son nuestra primera reacción a los estímulos del medio y, de ahí, provienen nuestras pasiones primarias, el “placer” y el “dolor”, y sus derivadas secundarias, como el “deseo” y la “aversión”, de donde surgen el “amor” y el “odio” y, luego, las pasiones terciarias, podríamos decir, como la “envidia” o la “admiración”. La imaginación y las pasiones por su naturaleza cambiante y fluida no parecen por sí solas ofrecer alguna garantía de orden o buen sentido ¿Cómo podríamos, entonces, introducir algún orden o sentido en esta sucesión de imágenes, o, cómo pueden las pasiones ser dirigidas a un fin? Las pasiones y su sucesión en la memoria constituyen un discurso pre-verbal pero discurso al fin y al cabo, es decir, una sucesión relativamente ordenada de imágenes que constituyen nuestro pensamiento. Decimos “nuestro pensamiento” para resaltar el carácter psicológico del pensamiento; esto es, el “imaginar/pensar” es individualista; no se puede pensar o imaginar lo universal, no hay una imagen de “Humanidad” por ejemplo, sino que de “un hombre, Sócrates”, por ejemplo.

Una sucesión de imágenes es todo lo que podemos recordar. En esta peculiar “anamnesis”, la memoria se sostiene, según el pensador inglés, en una “coherencia de la materia movida” que permitiría darle un sentido, una dirección, a la sucesión de imágenes. El orden impuesto a las imágenes, según Thomas Hobbes, se asemeja al ejemplo del dedo que mueve el agua derramada sobre una mesa. Sin embargo, de nuevo, uno tiene la sensación de que Hobbes oscila entre una explicación representacional sin sujeto; un puro reflejo del paso de las imágenes ante nuestra vista interior y una posición que admite un cierto sujeto, aunque sea implícitamente “¡El que mueve el dedo justamente!”. No tenemos otra explicación sobre esta renuencia a admitir un hecho (psicológico, tal vez; pero, un hecho al fin y al cabo) que atribuirla a su oposición al “cogito cartesiano”, a pesar que su doctrina respecto al tema de la sucesión de las imágenes pida a gritos un sujeto que ordene, organice, tales imágenes para que no sea sólo un puro desorden sin sentido alguno. Por eso mismo, podemos decir que, en este punto, Thomas Hobbes hace profesión de sensualismo al proponer como base de la ciencia la sucesión “sensación-imaginación-pensamiento”. Algo, según Thomas Hobbes, innato en nosotros y que sólo requiere esfuerzo y dedicación para alcanzar lo deseado.

Sin embargo, como la sucesión de imágenes no nos asegura coherencia (puesto que el olvido puede hacernos perder de vista lo vivido), por eso mismo es necesario detener, fijar, este flujo de imágenes y para eso está el “lenguaje”. El lenguaje tiene esta función recordatoria (mnemotécnica). Sin el lenguaje nos sería imposible pensar con coherencia. Mas cuando el lenguaje no es todo lo coherente y claro que podamos requerir, es el método el que puede venir en nuestro auxilio, aunque (según Thomas Hobbes) método sea lo que le falta a los hombres. Pero la dificultad que Thomas Hobbes parece no advertir es que ningún orden puede venir de un sujeto ausente de su filosofía ¿De dónde podría venir entonces? Al parecer de la “voluntad”, el deseo más fuerte. Cuando esto sucede, es decir, cuando tiene un sentido y está guiado por una voluntad fuerte, el orden impuesto al discurso mental permite darle un sentido; sentido que puede ser fijado por el lenguaje. Podemos entender, entonces, al discurso mental como el resultado de un pensamiento que ha podido ser puesto en palabras y al entendimiento como el producto de esta secuencia de imágenes.

El “entendimiento” según Thomas Hobbes no sería sino el nombre que ponemos al “producto” (matemático), resultado de la suma de imágenes. Este entendimiento, no sólo es guiado por la voluntad, que en Thomas Hobbes es sólo el deseo más fuerte, sino que está determinado, a su vez, por el lenguaje. Por eso afirma que el entendimiento (que es peculiar al ser humano) no es sólo guiado por la voluntad, sino que sus concepciones y pensamientos lo son por “la secuencia y contextura de los nombres de las cosas en afirmaciones, negaciones, y otras formas de discurso”. Entonces, el discurso verbal es el que articula y ordena el pensamiento y así, eventualmente, “ratio est oratio”, es transferir el discurso mental al verbal. Para Thomas Hobbes, todo pensamiento correcto no es sino un lenguaje bien hecho. El lenguaje permite fijar las sucesiones de imágenes pero, también, advertir las relaciones entre ellas, de forma tal que permite pasar de un discurso preverbal a uno verbal que articula, ordena la realidad. El lenguaje, entonces, produce conocimiento en la medida que el entendimiento es una concepción causada por el lenguaje.

Parece que el conocer es similar al asistir cada uno a una representación cinematográfica de su propia vida y mirar y ser conmovido por las imágenes que pasan ante sus ojos. Llega un momento en que la experiencia debe tornarse ciencia (ciencia del por qué ciertas secuencias de eventos están conectadas). Entramos, aquí, de lleno al tema de la causalidad. Thomas Hobbes prepara el terreno para el filósofo, economista e historiador inglés David Hume (1711- 1776) al determinar las causas como secuencias de imágenes, vale decir, de hechos psicológicos, pero hechos de todas maneras. Claro está que Thomas Hobbes no afirma que la causalidad sea una ilusión creada por hábitos mentales como sostiene David Hume. Thomas Hobbes es un filósofo con fe en la razón como el instrumento para comprender cómo suceden las cosas. No obstante, introduce una distinción interesante en el tema al sostener que la secuencia de pensamientos regulados es de 2 clases, cuando de un efecto imaginado buscamos las causas, o medios que lo produjeron; y esto es común al ser humano y a las bestias. La otra es, cuando imaginamos cualquier cosa que sea, y buscamos todos los posibles efectos, que pueden por él ser producidos; esto es, imaginamos qué podemos hacer con ello cuando lo tengamos.

Este tipo de entendimiento que podría ser llamado “prospectivo” (sostiene Thomas Hobbes) sólo se halla en el ser humano y es lo que lo distingue ya que el discurso de la mente, cuando es gobernado por un diseño, no es nada más que una búsqueda o la facultad de la invención que los latinos llaman “sagarcitas” y “solertia”, una cacería de las causas de algún efecto presente o pasado o, a partir de causas presentes o pasadas, la búsqueda de (sus) efectos. De esta forma, Thomas Hobbes diluye la distinción entre la “vida contemplativa” y la “vida activa”, ya que los deseos ponen en acción el pensamiento y éste se pone a su servicio y se ordena, incluso, metodológicamente para conseguir lo que se desea. Más aún, la realidad se hace inteligible justamente a la medida de los deseos humanos.

Thomas Hobbes establece que cuando en la mente del ser humano surgen alternativamente los apetitos y temores que conciernen a una y la misma cosa y diversas consecuencias buenas y malas de nuestros actos u omisiones respecto de las cosas propuestas acuden sucesivamente a nuestra mente, de tal modo que a veces sentimos un apetito hacia ellas, otras una aversión, en ocasiones una esperanza de realizarla, otras veces una desesperación o temor de no alcanzar el fin propuesto, “la suma entera de nuestros deseos, aversiones, esperanzas y temores, que continúan hasta que la cosa se hace o se considera imposible, eso es lo que llamamos deliberación”. La deliberación no es otra cosa, entonces, sino la suma de nuestras pasiones, más bien, el “producto” (en términos matemáticos) de nuestra suma (o resta) de pasiones. En consecuencia, no tenemos un control sobre ellas. Somos nuestras pasiones podríamos decir con Thomas Hobbes y, justamente, “pasión” viene del latín “passio”, “lo que nos pasa”. La voluntad no puede imponerse sobre las pasiones y darles un orden, ya que no se puede ejercer, no es una facultad de la que podamos hacer uso. La voluntad, no es una “facultad” sino un “acto”. Ni siquiera un “acto que hacemos” sino que “nos pasa”, ya que es una “pasión que se nos impone por su ímpetu”, es nuestro “último deseo” (last will).

Entonces, “¿Cuál es la relación entre el pensamiento y los deseos?”, “¿Hay algún principio que pueda poner orden a las pasiones?”. Thomas Hobbes parece encontrarlo en el poder. El “poder” sería el que unifica y dirige nuestras pasiones y el “poder no es nada más que un deseo fuerte de dominar”, (una “cupiditas dominandi”) presente en algún grado en todos los seres humanos, de forma tal que estos parecen dividirse entre los que tienen un gran deseo de poder (los ambiciosos) y los que no tienen ningún deseo de poder que prefieren vivir una vida tranquila y dejarse gobernar por otros. Pero Thomas Hobbes no se decide a constituir una antropología ni sobre la base de este deseo fuerte de dominar ni sobre la base del miedo a la libertad de los débiles o pusilánimes. Siendo las pasiones el principio de los movimientos interiores del ser humano (de su vitalidad), ¿Cuál será, entonces, la relación entre los pensamientos y los deseos? ¿Pensar acerca de ellos, reflexionar sobre su conveniencia o no conveniencia? En ningún caso “Los pensamientos (según Thomas Hobbes) son, con respecto a los deseos, como exploradores (scouts) que es preciso situar para que se adelanten y nos adviertan sobre los mejores caminos para alcanzar las cosas deseadas”. De esta forma, podemos advertir que los pensamientos están al servicio de los deseos y que estos deseos mueven al pensamiento.

Thomas Hobbes parece no poder decidirse entre una concepción del ser humano como un ser pasional que se mueve por impulsos, y la de un ser racional que delibera sobre los pros y los contras de sus posibles acciones, pudiendo haber intentado construir una “lógica pasional-racional” a partir de su intuición de que los pensamientos se adelantan a nuestros deseos en búsqueda de las cosas que deseamos tener. El problema pasa al parecer, finalmente, por la incapacidad de Thomas Hobbes de establecer una conexión entre pasión y razón, de forma tal que podamos entender el hombre puede llegar desde ciertas pasiones a la claridad racional necesaria para establecer normas objetivas y obligarse a cumplirlas. La razón dicta normas, las leyes de la naturaleza, como resultado de una “inferencia basada en las pasiones” (sostiene Thomas Hobbes), pero si la deliberación no es otra cosa sino una pugna pasional en que la pasión más fuerte es nuestra última voluntad, se entiende que la solución al conflicto natural no pueda ser otro que el establecimiento de un poder absoluto.

El Universo es concebido por Thomas Hobbes como una gran “máquina corpórea”, donde todo sigue las estrictas leyes del “Mecanicismo”, según las cuales, cualquier fenómeno ha de explicarse a partir de elementos meramente cuantitativos: “La materia (extensión), el movimiento y los choques de materia en el espacio”. El determinismo de Thomas Hobbes se fundamenta en un “método racionalista de carácter matemático y geométrico” (el método del filósofo, matemático y físico francés René Descartes), que parte de la hipótesis de que las partes de un todo (materiales, engendradas y entendidas como causas) han de descomponerse y explicar el conjunto o las partes en su totalidad. La Teología queda excluida del ámbito de la Filosofía (por no estar compuestas sus partes de elementos corpóreos engendrados), abarcando exclusivamente la “geometría”, una “filosofía de la sociedad” y la “física”, aunque esta última únicamente pueda proporcionar conocimientos basados en la mera probabilidad, no necesarios, como posteriormente defenderá el más consecuente y radical de los empiristas ingleses: “David Hume”.

En estos 2 conceptos su pensamiento es parecido al del filósofo, teólogo y escritor holandés Baruch Spinoza (1632-1677), sin embargo se diferencia en gran medida de Baruch Spinoza al afirmar que el ser humano es como una máquina, ya que según Thomas Hobbes, el ser humano se mueve continuamente para alcanzar sus deseos; este movimiento se clasifica en 2 tipos: “De acercamiento, el ser humano siempre se acerca a las cosas que desea y de alejamiento, el hombre se aleja de las cosas que ponen en peligro su vida. Así dice que la sociedad está siempre en movimiento”.

Escribió “Leviatán o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil”, un manual sobre la naturaleza o condición humana y como se organiza la sociedad. Partiendo de la definición del ser humano y de sus características explica la aparición del Derecho y de los distintos tipos de gobierno que son necesarios para la convivencia en la sociedad. Thomas Hobbes concibe al ser humano como un ser fundamentalmente antisocial y egoísta. Esto sucede porque, según Thomas Hobbes, todos los seres humanos tienen las mismas capacidades y las mismas esperanzas de conseguir los fines que le apetecen. Como no todos pueden gozar de las mismas cosas, se convierten en enemigos naturales. Hay 3 principales causas:
1) Desconfianza.
2) Competencia.
3) Deseo de Fama y Gloria.

La competencia hace que quieran ganancia. La desconfianza hace que quieran seguridad. El deseo de fama y gloria hace que quieran reputación.

La visión de Thomas Hobbes del “estado de naturaleza” anterior a la organización social es la “guerra de todos contra todos” (bellum erga omnes), en donde “el hombre es un lobo del hombre” (homo homini lupus). La guerra de todos contra todos no es sólo por la propiedad de ciertos bienes sino, también, por sobre quién tiene la razón respecto del bien y del mal, de lo justo o injusto; es decir, sobre quién decide en materia de juicios morales. La vida del ser humano en el estado de naturaleza es solitaria, pobre, brutal, sucia y breve.

El origen del Estado y de la sociedad civil es el “pacto que realizan todos los seres humanos entre sí”, subordinándose desde ese momento a un poder absoluto, el cual procura por el bien de todos los súbditos y de él mismo. De esa forma se conforma la organización social.

Thomas Hobbes habla del “derecho de naturaleza”, como la “libertad de utilizar el poder que cada uno tiene para garantizar la auto-conservación”. Cuando el ser humano se da cuenta de que no puede seguir viviendo en un “estado de guerra civil continua”, surge la ley de naturaleza, que limita al ser humano a no realizar ningún acto que atente contra su vida o la de los otros. De esto se deriva la segunda ley de naturaleza, en la cual cada ser humano renuncie y transfiere sus derechos propios a un poder absoluto (el Gobernante, Soberano o Monarca) para que sea el “juez supremo” en cuestiones ético-morales y poner fin de esta manera a los conflictos morales y políticos entre los seres humanos y le garantice el estado de paz. El Gobernante, Soberano o Monarca no lo es por haberle sido otorgado una gracia divina. Tampoco lo es por la pura y simple fuerza (arbitrariedad). El Gobernante, Soberano o Monarca es la personificación no simbólica sino ejecutiva, del Derecho Natural de los seres humanos a la “autopreservación”. Así surge el “Contrato Social” en Thomas Hobbes.

La moral es, entonces, una cuestión de conveniencia, que se torna convencional con el tiempo. Y esto es así porque no hay nada en las cosas que permita establecer una regla absoluta. En su estado de naturaleza el individuo es la medida de todas las cosas. No obstante, es curioso cómo este fundador del Derecho Natural Moderno afirme que no hay nada en las cosas que permita establecer una norma absoluta y que todo en el fondo depende del individuo y, más aún, de sus odios, deseos o aversiones (de sus pasiones). Un ser humano movido por sus pasiones (y cuyos pensamientos están al servicio de sus deseos) sólo puede ser feliz en la medida que alcance las cosas deseadas. La felicidad no consiste, entonces, ni en la vida contemplativa de los antiguos ni en la beatitud del Judeocristianismo, sino que en el éxito continuo en obtener lo que se desea en esta vida.

El “poder” es un tema central, para el reconocido fundador del pensamiento político moderno. Sin embargo, en Thomas Hobbes “el poder no es sólo un tema político, sino un tema humano y social”. Si el poder consiste en tener, o aparentar tener, ciertos atributos o talentos que permiten obtener más poder y, en consecuencia, más medios para alcanzar lo que se desea, el poder ayuda a la felicidad (ya que ésta no es otra cosa que obtener lo que se desea), “¿No es esto algo más pasional que racional?”, “¿Hay alguna forma de establecer una conexión entre las pasiones y la razón?”.

Thomas Hobbes define la razón como un “cómputo”, vale decir, como una suma o resta de nombres o afirmaciones (o, más bien, de las consecuencias de esas afirmaciones). Se suman o se restan palabras o proposiciones en el plano lógico. Se suman o se restan pactos en el plano político; pero no hay algo así como suma o resta de pasiones en su nueva lógica. En el “De Corpore” o el “De Cive” donde se puede decir que Thomas Hobbes piensa sumando y restando, Thomas Hobbes no parece plantearse una nueva lógica pasional. Es más, Thomas Hobbes parte de una concepción de la lógica que aparece como nueva, ya que tradicionalmente ha sido entendida como el estudio del pensamiento correcto pero éste hace depender la lógica más bien del lenguaje correcto.

La lógica de Thomas Hobbes no es la lógica clásica con sus leyes del pensamiento correcto, sino que es una nueva lógica, la del “cálculo”: “Cálculo de las posibilidades de éxito o fracaso en la obtención de lo que se desea. En el caso de las obligaciones políticas, el individuo se está preguntando constantemente si le conviene obedecer la ley o si le es más conveniente no hacerlo”. A esta lógica se la ha llamado en política, la “lógica del self-interest” (lógica o razón instrumental), también se la ha calificado de “egoísta” o “individualista” porque el pensamiento está al servicio de los deseos de cada persona.
Junto con los “Dos Tratados sobre el Gobierno Civil” del filósofo, teólogo, economista y médico inglés Jhon Locke (1632-1704) y “El Contrato Social” del filósofo, escrito y pedagogo francés Jean Jacques Rousseau (1712-1778), el “Leviatán o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil” es una de las primeras obras de entidad que abordan el origen de la sociedad.

Obras: “El Leviatán”; “De Cive”; “De Homine”; “De Corpore”; “Objeciones a las Meditaciones Cartesianas”; “Elementos del Derecho Natural y Político”; “De la Libertad y la Necesidad”, “Behemoth: Historia de las Causas de la Guerra Civil en Inglaterra; “Diálogos entre un filósofo y un estudiante de Derecho consuetudinario inglés”; “Historia Eclesiástica”; “Tratado Óptico”

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