
Vencería a su coetáneo Napoleón Bonaparte en la famosa batalla de Waterloo al oponer contra las columnas francesas sus sólidos y disciplinados cuadros de infanteria, claves para la expansión y engrandecimiento del futuro imperio inglés. Aunque, en un intento desesperado por recuperar el poder, se supone que hubiera vencido la genial estrategia militar de Napoleón, si no hubiera sido por el retraso y la supuesta traición de uno de sus mariscales, Grouchy, que comandaba la caballería francesa que debía hacer frente a la de Blücher, el aliado prusiano al servicio del duque de Wellington, comandante en jefe de la coalición militar anglo-aliada. Por otra parte, el duque de Wellington ya estaba curtido militarmente por dirigir las campañas del ejército hispano-inglés en España, que le permitieron conocer los métodos de los mariscales y generales napoleónicos, siendo pues, un rival a la altura de entonces todavía emperador de Francia.
Goya lo inmortalizó con ese retrato, aunque la arrogancia y menosprecio del inglés no le permitió un comportamiento de respeto y reconocimiento hacia nuestro pintor, cuestión por la cual, ofendido en su dignidad y orgullo, el pintor sordo aragonés casi cogió las pistolas para dispararle, acto que impedió su hijo.
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